Hay un punto. Una paleta de emociones y acontecimientos nos abruma cada día, o incluso más a menudo. Expectativas, esperanzas, miradas... muchas otras cosas, y de repente te das cuenta: ya está.
Toda tensión llega a su fin. Y no se trata sólo y no tanto de los momentos negativos o difíciles de nuestra vida cotidiana, sino del final... en general.
La falta de resultados, de efectos deseados y/o esperados nos lleva a dejarnos llevar. Dicho esto, ¿cuál es el valor de tus esfuerzos? Por otro lado, ¿cuál es el precio de tus esfuerzos? ¿O tal vez todo debería suceder por sí solo? Si así está predestinado y decidido... no por nosotros.
Quizá uno sólo pueda y deba esperar resultados de sus esfuerzos en el marco de sus valores. Cuando tus esfuerzos se quedan en nada, es hora de abandonar, cambiar, cancelar y rendirse. Lo único que te queda es la esperanza y la fe, las anclas tan débiles y temblorosas que te mantienen en el mismo punto al que dedicaste mucho esfuerzo, tiempo y dinero para llegar. Se trata del ahora concreto, no de la esencia y la integridad. No puedes renunciar a creencias y conocimientos.
Todo se aclara en el diálogo, de un modo u otro. Pero la ausencia de compromiso en los acuerdos habla de su fiabilidad. Nada es eterno e infinito, como sabemos, salvo el amor. Y que pase de todo, y que el resultado final sea lo más diferente posible... sólo una cosa: ¡que no se acabe el amor!